No todas las botellas se abren al momento. Algunas esperan semanas, otras años. Y mientras tanto, el vino sigue vivo, cambiando lentamente en su interior.
Ya hablamos en otra entrada sobre cómo conservar una botella una vez abierta. Hoy vamos un poco más atrás en el tiempo. Porque la conservación empieza antes del descorche, desde que llega a casa y encuentra su lugar.
Empecemos por lo básico: ¿dónde se guarda una botella cuando no se va a abrir de inmediato? Lo primero que hay que entender es que el vino necesita estabilidad. Cambios bruscos de temperatura, luz directa o movimientos constantes son sus principales enemigos.
Lo ideal es mantener las botellas en un lugar fresco, con una temperatura que se mantenga entre los 12 °C y los 16 °C. El calor lo acelera todo, mientras que el frío excesivo puede frenar su evolución de manera brusca.
La luz también influye. Una botella expuesta al sol o a fluorescentes durante días pierde color, aroma y estructura. El vino se oxida más rápido, incluso aunque esté cerrado. Por eso, es mejor elegir armarios cerrados, vinotecas o zonas alejadas de ventanas.
La posición también cuenta: las botellas con corcho natural deben guardarse en horizontal, para mantener el corcho húmedo y evitar que se seque y deje pasar el oxígeno. Si el vino lleva tapón de rosca o sintético, puedes almacenarlas en vertical sin problema.
Y, por último, el silencio. Las vibraciones alteran el vino, especialmente en botellas que van a guardarse durante mucho tiempo. Evita ubicaciones cercanas a electrodomésticos como la lavadora o el frigorífico si vibran con frecuencia.
Si tienes espacio y eres amante del vino, una vinoteca doméstica es una inversión excelente. Hay modelos para todos los gustos y necesidades, y permiten mantener temperatura constante, oscuridad y una humedad controlada. Pero no es imprescindible.
Un armario cerrado, un trastero sin calefacción o incluso el rincón más fresco de tu salón pueden funcionar si se dan las condiciones adecuadas. El objetivo no es tener una cava profesional, sino ofrecerle al vino un lugar donde pueda esperar tranquilo su momento.
No todos los vinos están hechos para esperar. Los blancos jóvenes y los tintos sin crianza están pensados para disfrutarse pronto, generalmente en el mismo año de compra.
Un Protos Crianza, por ejemplo, puede evolucionar de forma positiva durante 5 años si ha sido bien almacenado. Un Reserva, hasta 10. Pero más allá de las cifras, hay que prestar atención a lo que nos dice el vino: su estado, su aroma, su textura. Porque el vino no caduca como otros productos, pero sí puede perder la vida si se le olvida en un rincón inapropiado.
Cuidar una botella antes de abrirla cambia por completo la forma en la que la disfrutamos. Debemos crear las condiciones para que el vino llegue a su mejor versión cuando más lo necesitemos.
Una botella bien conservada no solo mantiene su calidad. Conserva también su historia. La del lugar donde nació, de quien lo elaboró, y del momento que estás por compartir.