Pocas bandas han logrado lo que los Beatles: no solo marcar una época, sino sostenerse en el tiempo. Su música sigue sonando bien décadas después porque no se limita a un estilo. Tiene capas, contrastes, riesgo, equilibrio. Como el vino. Y no hablamos de maridaje literal. Hablamos de sensaciones.
Julio es un mes importante para los fans de la banda: el 6 de julio es la fecha en la cual se conocieron John Lennon y Paul McCartney, los fundadores de la banda y este jueves 10, se ha celebrado el aniversario del regreso a Liverpool tras su primera gira por Estados Unidos.
Por ello, para esta entrada pensaremos en cinco de sus canciones icónicas y nos plantearemos una pregunta: ¿a qué tipo de vino se parecen?
No se trata de acompañar, sino de traducir: una melodía puede parecerse a una textura, un ritmo a una acidez, una letra a un final en boca. Algunas canciones no solo se escuchan. También se beben.
Empieza con esa guitarra clara y todo cambia. Es una canción sencilla, pero tiene algo. Como esos vinos que parecen fáciles, pero dejan una sensación difícil de explicar con palabras. Ese tipo de frescura la encontramos en un rosado limpio, con el equilibrio justo entre fruta y acidez. Algo como el Aire de Protos, un vino que recuerda a un atardecer, como la canción.
El ritmo, la letra, la emoción contenida casan a la perfección. Este tema pide un vino con la misma elegancia, con una crianza afinada, como Protos Crianza, que no distrae, pero tampoco pasa desapercibido.
Una canción que no entra por la melodía ni por la estructura, sino por la historia que hay detrás. Un vino para esta canción no puede ser ligero. Tiene que tener estructura, fondo, cierta gravedad. Algo como Protos 27, un vino que deja un buen recuerdo en el paladar.
Esta canción pide un blanco con capas, con volumen, con una acidez más domada. Un vino que no se entienda a la primera. El Protos Verdejo puede jugar ese papel: cremoso, cambiante, con una textura que evoluciona en copa.
Un tema en el que hay cierto desorden, pero todo encaja. La voz, el bajo, el ritmo: piezas sueltas que funcionan como conjunto. No pide un vino simple. Necesita algo con mezcla, con madurez, con estructura. Un tinto como el Protos 5º Reserva, que sabe reunir intensidad y equilibrio sin perder frescura.
Algunas canciones se quedan. Algunos vinos también. No porque sean perfectos, sino porque tienen algo que no se puede explicar. Y eso, tanto en la música como en el vino, es siempre lo mejor que puede pasar.