La buena arquitectura y el buen vino comparten tres cosas: origen, proporción y tiempo. Hoy recuperamos a cinco arquitectos que marcaron el paisaje cultural de España, desde el Renacimiento al Modernismo, recordamos sus obras más reconocibles y escogemos qué vino Protos abriríamos en su honor, frente a sus propias construcciones.
Figura capital del Renacimiento hispano, dio nombre al estilo herreriano: sobrio, geométrico, de líneas limpias. Su obra cumbre es el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, emblema del reinado de Felipe II. A él se debe también el gran proyecto (inacabado) de la Catedral de Valladolid, que aspiró a ser una de las mayores de Europa y hoy es símbolo de la ciudad y de aquella ambición de piedra.
Brindaríamos con: Protos Gran Reserva. Estructura, longevidad y serenidad: un vino de líneas claras y fondo largo, a la altura de la disciplina herreriana.
Discípulo de la escuela herreriana y arquitecto de confianza en la corte, llevó ese lenguaje sobrio a palacios y conventos. Su nombre está ligado al Convento de San Diego, enclavado en el Palacio Real de Valladolid y al Palacio Ducal de Lerma, cuya traza marcaría la arquitectura civil del Siglo de Oro.
Brindaríamos con: Protos Crianza. Equilibrio entre rigor y calidez: fruta precisa, madera integrada y un paso que dialoga con la mesura castellana.
Arquitecto de la Corona y figura de transición estilística, dejó su huella en Madrid y Zaragoza. Su obra más célebre es la Santa Capilla de Nuestra Señora del Pilar (Zaragoza), un templete interior que anuncia el neoclasicismo español; en Madrid, su trazo está detrás del gran conjunto monumental de fuentes como Cibeles y Neptuno.
Brindaríamos con: Protos 27. Detalle, finura y un punto de modernidad dentro de la tradición: capas que se descubren como en una planta bien trazada.
El arquitecto ilustrado por excelencia. El Edificio Villanueva del actual Museo del Prado redefinió el Paseo del Prado como “colina de las ciencias”, junto al Jardín Botánico y el Observatorio. Orden, claridad y servicio público en piedra: Ilustración en estado puro.
Brindaríamos con: Protos Verdejo. Limpio, nítido, proporcionado: una copa que encarna el “menos es más” ilustrado sin renunciar al placer.
Máximo exponente del modernismo catalán, convirtió estructura y ornamento en un mismo organismo vivo. Además de la Sagrada Familia, su legado recorre Barcelona (Park Güell, Casa Batlló, La Pedrera) y se extiende por Castilla y León con Casa Botines (León) y el Palacio Episcopal de Astorga. Visión técnica, fe en el material y una imaginación sin precedentes.
Brindaríamos con: Aire de Protos. Ligereza con intención, perfil aromático y dinamismo fluido: un blanco que se mueve como las curvas de sus bóvedas.
Estos arquitectos levantaron formas que aún nos ordenan la mirada. Elegir un Protos para brindar a su lado no es un juego de maridaje, sino una forma de reconocer el mismo trinomio que comparten la arquitectura y el vino: un lugar que habla, un oficio que escucha y un tiempo que afina.