Qué vino llevar cuando te invitan a cenar (sin ser un experto)

Qué vino llevar cuando te invitan a cenar (sin ser un experto)

Entre finales de noviembre y enero, nuestras agendas se llenan de cenas: amigos que hace meses que no vemos, comidas de trabajo, reuniones familiares más o menos multitudinarias. En casi todas esas convocatorias se repite la misma pregunta: “¿Llevamos algo?”. Y, casi siempre, la respuesta inmediata es el vino.

Lo bueno es que no hace falta ser sumiller para acertar. Pero tampoco conviene elegir la botella a ciegas. Si queremos que el vino aporte algo a la mesa y no sea solo un trámite, hay varios factores que debemos tener en cuenta: quién invita, qué tipo de encuentro es, qué se va a comer y qué relación tiene el anfitrión con el vino.

No se trata de impresionar a nadie con una etiqueta rimbombante, sino de escoger un vino coherente con la situación. Esa es, al final, la mejor respuesta posible a la pregunta de qué vino llevar cuando te invitan a cenar.

Cena informal con amigos

En una cena de amigos, donde el menú quizá sea compartido, suelen funcionar bien vinos versátiles, fáciles de disfrutar.

Un tinto como Protos Roble, con fruta nítida, crianza breve y taninos amables, encaja bien con este tipo de encuentros: aguanta tablas de embutidos, platos de horno sencillos, pastas, pizzas caseras o cocina de diario algo “subida” para la ocasión. La idea es que acompañe, no que condicione la conversación.

Protos Roble

Familia y suegros: terreno sensible

Aquí el vino habla también de atención y cuidado: has pensado qué llevar, no has cogido lo primero que había de oferta.

En ese contexto, un vino con algo más de empaque, como Protos 3er Año, suele ser una apuesta segura. Tiene estructura y profundidad suficientes para acompañar asados, carnes rojas, guisos de invierno o una mesa de fiesta más clásica. Al mismo tiempo, es un perfil reconocible: un Ribera del Duero que quien esté mínimamente acostumbrado al vino va a entender y agradecer.

Protos Crianza 3º Año

Anfitrión cocinitas o amante del vino

Hay casas donde el vino tiene ya un lugar propio: anfitriones que guardan botellas, que hablan de añadas, que cocinan pensando en lo que van a servir en la copa. En esos casos, más que “deslumbrar”, conviene elegir algo que pueda dialogar con su afición.

Un tinto como Protos 27, más de detalle, o un Protos 9 meses (ecológico), con fruta franca y un guiño al trabajo en viñedo, son ejemplos de vinos que pueden interesar a quien ya mira las botellas con curiosidad. Pueden abrirse esa misma noche o guardarse para otra ocasión: lo importante es que el vino tenga algo que contar.

El menú también importa (aunque no lo conozcas del todo)

Muchas veces no sabemos exactamente qué se va a servir. Aun así, hay algunas líneas generales que ayudan.

Si intuyes una cena más ligera, con protagonismo de pescados, mariscos, verduras o cocina de tipo mediterráneo, un blanco con buena acidez y carácter es una gran opción. Un Protos Verdejo, por ejemplo, funciona bien con aperitivos fríos, mariscos, pescados al horno y muchos platos de verduras. También puede acompañar la parte inicial de una cena más larga, antes de que lleguen los platos más contundentes.

Si el plan apunta a carnes, guisos o platos de cuchara, los tintos con estructura tienen más sentido. Ahí entran desde un Protos Roble, si crees que habrá bastante variedad y gente con gustos distintos, hasta vinos con más recorrido como Carroa, cuando sospechas que el menú será claramente carnívoro.

Cuando el menú es completamente una incógnita, suelen funcionar mejor los vinos con capacidad de adaptación: tintos de tanino amable y buena acidez, o blancos con cierta presencia en boca que no se pierdan frente a platos algo más grasos. No se trata de acertar al milímetro, sino de evitar extremos que solo encajarían con un tipo de cocina muy concreto.

Botella regalo o botella para abrir

Otro matiz importante: ¿el vino que llevas es un regalo para la casa o una botella pensada para esa cena en concreto? No siempre se habla de ello, pero conviene tenerlo en mente.

Si lo imaginas como regalo, el vino no tiene la obligación de abrirse esa noche. En ese caso, quizá tiene sentido apostar por una referencia con algo más de recorrido, que el anfitrión pueda guardar y abrir cuando le apetezca. Un Protos de guarda, por ejemplo, se entiende bien como un gesto de agradecimiento.

Si, en cambio, lo llevas pensando en que se abra durante la cena, ayuda mucho que el vino llegue a la temperatura adecuada (evitar tintos demasiado calientes en casas con calefacción a tope o blancos helados que no saben a nada) y que sea coherente con lo que se va a comer. Un blanco fresco para un picoteo largo, un tinto versátil para una mesa llena de fuentes compartidas, un vino más complejo si sabes que habrá un plato principal donde pueda lucirse.

Elegir el vino como se elige el detalle

Al final, elegir qué vino llevar cuando te invitan a cenar se parece bastante a elegir cualquier otro detalle: importa menos el precio que la adecuación al contexto. Pensar en la persona que invita, en el tipo de cena, en la época del año y en si el vino se abrirá esa noche o más adelante ayuda mucho más que memorizar reglas de maridaje.

Los vinos de Protos pueden ser compañeros naturales de muchas de esas cenas: desde un blanco fresco que abre la noche hasta un tinto de guarda que se reserva para el momento en que la mesa se queda en silencio. La clave está en no forzar la copa, sino en darle el lugar que merece dentro de la escena. Cuando eso ocurre, la botella deja de ser un mero compromiso y se convierte en parte de la memoria de la cena.

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