Cuando la UNESCO inscribió el flamenco en su Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, no solo reconocía una estética, sino un arte que nace de la mezcla de tradiciones andaluzas, gitanas y de otras comunidades del sur peninsular, y que ha echado raíces en todo el país y en medio mundo.
El flamenco vive en los grandes escenarios, pero también en las reuniones familiares, en el eco de las peñas, en esos cantes que acompañaban el trabajo o el descanso. Cada palo construye un paisaje emocional distinto, como diferentes parcelas de un mismo viñedo.

El vino comparte esa condición de patrimonio vivo. También es tradición que se transmite, tierra trabajada a lo largo de generaciones, y a la vez experimentación constante: cambios en la viticultura, nuevas miradas enológicas, diálogos entre variedades y suelos. De ahí que tenga sentido pensar el 16 de noviembre no solo como un día del flamenco, sino como una jornada de conversación entre copa y compás.
Escuchar a Camarón en “La Leyenda del Tiempo” es entrar en una habitación en la que el aire se vuelve denso. Su voz mueve el flamenco hacia territorios nuevos, pero lo hace desde una hondura que remite a los cantes más antiguos. Hay eco de tradición y, al mismo tiempo, una ruptura que cambió para siempre la historia del arte jondo.
Un Protos Reserva encaja bien en ese territorio. Sus notas de fruta madura, su estructura firme y sus taninos pulidos lo convierten en un vino que busca la persistencia en boca. Como Camarón, se sostiene en una base clásica —la Tinta del País de la Ribera del Duero— y, a partir de ahí, construye un relato largo, con matices que aparecen a medida que avanza la copa.

Ese maridaje funciona no porque ambos sean “intensos”, sino porque comparten densidad y profundidad.
Si Camarón ensancha el territorio del cante, Paco de Lucía hace lo propio con la guitarra. “Entre dos aguas” pertenece ya al imaginario colectivo. La precisión casi quirúrgica de su toque, el control absoluto del ritmo y la sensación de riesgo permanente es algo que solo puede evocar «Paquito el de la portuguesa».
Protos 27 se mueve en un registro similar: es un tinto de detalle, pensado para paladares que disfrutan reconociendo capas y micro-matices. Hay estructura, pero también finura; la fruta y la crianza en barrica se encuentran en un punto de equilibrio que permite leer el vino casi nota a nota.

Compartir una botella de Protos 27 mientras suena Paco de Lucía acentúa esa idea de arquitectura interna. La acidez sostiene el conjunto como el compás sostiene el toque; el tanino marca el pulso, como el rasgueo de la guitarra; la crianza aporta una especie de reverberación, un eco que queda resuena después del trago..
La voz de Estrella Morente tiene algo de patio abierto: entra luz, se escuchan ecos de generaciones anteriores y, sin embargo, hay un timbre propio, reconocible. En cantes como las alegrías o ciertos tangos, combina el peso de la tradición con una claridad casi luminosa.
Para ese tipo de flamenco, un Aire de Protos funciona como contrapunto y compañía. Es un vino fresco, de buena acidez y perfil aromático limpio, pensado para servir ligeramente frío.

Su frescura sostiene bien la energía de los palos más abiertos: la acidez actúa como una paleta que limpia y prepara la boca, mientras las notas frutales se cruzan con las inflexiones de la voz.
En la última década, Rosalía ha llevado el flamenco —y sus códigos— a territorios inesperados. No todo en su trabajo es arte jondo en sentido estricto, pero discos como El mal querer han reabierto preguntas sobre qué significa hoy dialogar con esa tradición desde el pop y la electrónica.
Un vino como Protos 9 meses (ecológico) encaja bien en esa idea de desplazamiento respetuoso. Es un tinto con fruta franca, nervio y una crianza medida, que prioriza la expresión directa de la Tinta del País y del territorio. No renuncia al origen, pero se presenta con un lenguaje actual, más vertical, más ágil en boca.

Cuando suena una canción que remezcla palmas, compases y recursos del flamenco con bases contemporáneas, este vino ofrece un paralelismo: acidez viva como motor rítmico, tanino presente pero nada rígido, una sensación de energía que recorre la copa. No se trata de “modernizar” el flamenco ni el vino, sino de aceptar que ambos están vivos y en movimiento.
Desde una bodega castellana como Protos, ese diálogo entre flamenco y vino se mira quizá con cierta distancia geográfica, pero con familiaridad. Al fin y al cabo, en la Ribera del Duero también se trabaja a ritmo de estaciones, de manos que vendimian y de oficios que se aprenden mirando a los mayores, como en las familias flamencas.
Tal vez la clave del brindis de este 16 de noviembre esté ahí: en entender que, cuando descorchamos una botella y ponemos un disco —sea un clásico jondo o una reinterpretación contemporánea—, estamos convocando dos patrimonios vivos. Uno llega en forma de voz y compás; el otro, en forma de vino. Ambos se sostienen en la memoria, pero solo existen de verdad cuando alguien los escucha… y cuando alguien sirve la copa.