El mundo del vino está lleno de matices, pero también de creencias que se repiten generación tras generación. Algunas tienen parte de verdad. Otras, simplemente, han quedado desfasadas. Y muchas se han asumido como dogma sin serlo. En Protos ya hemos hablado de algunos de estos mitos, pero hoy ampliamos la lista con nuevas ideas que merece la pena revisar.
Es, probablemente, una de las afirmaciones más repetidas. Y, sin embargo, no todos los vinos mejoran con el tiempo. De hecho, la mayoría están pensados para disfrutarse jóvenes. Solo algunos vinos ganan complejidad con los años. No se trata de edad, sino de estilo.
Ese rastro que deja el vino al deslizarse por el interior de la copa tiene una explicación física: se debe al contenido alcohólico y a la tensión superficial del líquido. Cuanto más alcohol o glicerol tenga el vino, más densas serán esas “lágrimas”. Pero eso no tiene nada que ver con su calidad. Solo indica su cuerpo, no su elaboración, origen ni complejidad.
Esta combinación ha protagonizado miles de cenas y catas. Pero lo cierto es que no siempre funciona. La proteína de la leche puede chocar con los taninos del vino tinto, provocando una sensación astringente o amarga. En muchos casos, los quesos maridan mejor con blancos con barrica, espumosos o incluso generosos. La clave está en probar y descubrir qué armoniza realmente.
Es un mito con una fuerte carga estética. Las botellas gruesas y pesadas parecen transmitir solidez, presencia y sofisticación. Pero no garantizan nada. De hecho, muchas bodegas están optando por envases más ligeros y sostenibles, sin renunciar ni un ápice a la calidad del vino. Lo importante está dentro, no en el grosor del cristal.
Durante años, el tapón de rosca ha arrastrado fama de producto low cost. Sin embargo, cada vez más bodegas de prestigio lo emplean, especialmente para vinos jóvenes o blancos. Este tipo de cierre garantiza una excelente conservación y evita problemas de corcho. En países como Nueva Zelanda o Australia es el estándar habitual, incluso en vinos de gama alta.
Es cierto que el vino contiene sulfitos, como muchos otros alimentos. Pero en la mayoría de los casos, no son los responsables del dolor de cabeza. Este suele deberse a la histamina natural del vino, a una deshidratación o, sencillamente, a haber bebido más de la cuenta. Demonizar los sulfitos no tiene mucho sentido: son necesarios para conservar el vino y evitar oxidaciones o contaminaciones.
El precio puede reflejar el prestigio de una zona, la exclusividad o incluso el diseño. Pero no es una garantía de calidad universal. Hay vinos honestos, bien elaborados y deliciosos que no necesitan precios desorbitados. Lo importante es encontrar el estilo que te gusta, no el precio que figura en la etiqueta.
Los mitos sobre el vino son parte de su encanto, pero también pueden limitar la forma en que lo disfrutamos. Liberarnos de ciertas ideas preconcebidas nos permite explorar nuevas combinaciones, estilos y formas de entender el vino. Porque en el fondo, más allá de las normas no escritas, lo esencial es disfrutar cada copa como uno prefiera.